LA DUDA ES BUENA
Rev. Dr. Carmelo Mercado
Encuestas recientes han confirmado que 65 millones de adultos en los Estados Unidos han dejado de asistir a los servicios de adoración, y 2.7 millones los abandonan cada año. ¡Esto es antes de la pandemia! Entre 1933–2000, el 70% de los estadounidenses asistieron constantemente a la iglesia, pero ahora es menos de la mitad (47%). Por otro lado, hay un 23% de las personas (generalmente la generación más joven o milenial) llamadas "NINGUNAS" porque no marcan ninguna casilla de afiliación religiosa cuando son encuestadas, y su número está creciendo. No son necesariamente ateos. Por el contrario, pueden ser buscadores espirituales o personas que están justamente desilusionadas con la religión institucionalizada; que tienen dudas sobre los sistemas de creencias fundamentalistas; y que cuestionan el por qué muchas personas religiosas parecen ser tan crueles, críticas, de mente cerrada y racistas (¡muy contrarias a las enseñanzas de Jesús!). Para ellas, la mayoría de los creyentes están menos enfocados en dirigir el camino hacia la justicia social, la equidad racial, el cuidado de la tierra, la reforma migratoria y el establecimiento de la paz; y están más obsesionados con temas de sexualidad, creencias doctrinales “correctas”, posesión de armas, islamofobia, anti-ciencia, conspiraciones de vacunación, políticas partidistas, etc. En lugar de imitar a Cristo al salir y servir a los pobres, rechazados, enfermos y marginados, estos cristianos están debatiendo, condenándose y excomulgándose unos a otros, por ejemplo, ¡sobre la base de si realmente hay un lugar de tormento literal/eterno llamado Infierno o no! En otras palabras, la base de la unidad cristiana ya no es la solidaridad humana o "la fe que actúa mediante el amor [incondicional]" (Gálatas 5:6, NVI), sino la uniformidad a una interpretación dogmática y estrecha de las Escrituras según la definición de ciertas autoridades religiosas (e incluso comentaristas políticos). No es de extrañar que millones estén experimentando una crisis de fe, incredulidad y duda. La duda puede ser desorientadora, solitaria y desgarradora (especialmente cuando se mantiene en secreto). Sin embargo, una fe en la que no hay duda es de hecho una fe superficial. Si su fe se hiciera añicos debido a la duda, entonces era una fe inestable en primer lugar. La duda puede deconstruir sin destruir. Sin incredulidad, no habrá cambios ni reforma del statu quo. La duda nos obliga a cuestionar, repensar, reflexionar, reevaluar y reconsiderar. De hecho, la duda puede conducir al crecimiento. Acabo de terminar de leer Faith After Doubt (o La Fe Después de la Duda) de uno de mis autores favoritos, Brian McLaren, donde describe pastoralmente sus Cuatro Etapas de la Fe (o su desarrollo gradual):
1. La Simplicidad es donde los niños (y aún los adultos) no cuestionan las figuras de autoridad, y la creencia es dualista (es decir, tener las respuestas correctas contra las incorrectas; nosotros contra ellos; el bien contra el mal). Muchos adultos nunca sueltan la Etapa 1 o 2. Sólo la duda nos impulsa a cuestionar cada etapa.
2. La Complejidad reconoce las áreas grises de la vida, y que las figuras de autoridad son entrenadores que nos ayudan con los “pasos” para lograr el “éxito” espiritual rezando más y esforzándose más.
3. La Perplejidad sospecha de los líderes como manipuladores que controlan a los ingenuos, y critica las creencias como prejuiciosas, intolerantes, hipócritas, tóxicas, hirientes o incluso peligrosas.
4. La Armonía ve a los líderes como imperfectos, toda la vida es sagrada y un regalo misterioso, y las acciones amigables de Dios a través de los demás y su presencia amorosa en toda la creación son primordiales. En Simplicidad, la duda es un pecado o una traición. En Complejidad, la duda es una enfermedad que hay que curar. En Perplejidad, la duda es una virtud que debe nutrirse. En Armonía, la duda es una parte necesaria de la vida para pasar de una etapa a otra. La duda destrona la supremacía de nuestro ego, religión, raza, política, especie o lo que sea. La duda debería llevarnos a confiar más en la suprema bondad y sabiduría de Dios, en lugar de en nuestras propias verdades estrechas acerca de Dios. Como escribió la difunta Rachel Held Evans a los escépticos de todo el mundo: "No son locos, y no están solos".